Tres mujeres, tres historias, una misma preocupación: el aumento de los precios. Cómo es administrar la economía familiar cuando se desfondan los bolsillos de las y los trabajadores.
Catalina Ávila @linaa_avila
Sábado 2 de abril de 2022 11:19
Fotos: La Izquierda Diario.
En Argentina, 1 de cada 3 personas es pobre. El aumento en los precios de los alimentos los dos primeros meses del año ya alcanzó el 12,8%. Pero el presidente de la Nación pronosticó que estamos ante “una inflación autoconstruida en la cabeza de la gente”.
En su cocina, en Guernica, Teresa ceba un mate con azúcar que se lavó hace, al menos, una hora. Tiene 85 años, se acaba de cortar la luz y su hijo no consigue arreglar la mochila del inodoro del baño. Ella sí utiliza los artilugios de la mente para elucubrar cosas. Como un churrasco sobre su mesa.
Al hablar, mira de reojo e inclina la cabeza hacia un costado. En parte, para enfatizar sus palabras. En parte, porque no escucha bien. Es asmática, tiene plaquetopenia, osteoporosis, problemas del corazón, presión alta, púrpura y anemia. A esa altura, el cuerpo también cobra por cada otoño trabajado.
Fue “sirvienta de limpieza”, cuenta, hasta que entró en una fábrica de galletitas en la Capital. Ahí conoció a su marido. Él estaba en la amasadora, ella en el empaquetamiento. Ambos hacían, además, horas extras limpiando la planta. Salían de su casa a las 3 y media de la madrugada para tomar el tren. Volvían a las 8 de la noche.
Después, anduvo de vendedora ambulante. Preparaba bidones de lavandina y detergente en el fondo de su casa, y salía a venderlos a la calle con su hija mayor. Años más tarde, se jubiló con la mínima, que ahora es de $32.630. Pero la Canasta Básica para Jubilados ya en octubre del año pasado era calculada por la Defensoría de la Tercera Edad en $75.500.
Antes de la pandemia, recibía ayuda de un comedor: “La señora que lo dirigía me llamaba, me decía ’venite con el carrito, tomamos unos mates’. Me lo traía lleno de mercadería. Ahora no porque está enferma y no quiero ir y contagiarla de nada”.
Si compra medio kilo de carne picada para hacer una docena de empanadas, va comiendo de dos en dos en los almuerzos. Por las noches, antes de ir a dormir, toma un vaso de leche “y ya está”. Se mide, dice, para no gastar de más: “Acá, la verdad, si como al mediodía, a la noche no como”.
A pesar de que el presidente haya prometido una “guerra contra la inflación”, Teresa cree que las cosas no van a mejorar. “Lo que él está haciendo está mal hecho -sentencia- Esa plata que le va a pagar al FMI tendría que haberla puesto en los comedores, en los colegios, en la parte de salud”. “A-cá, donde uno vi-ve”, remarca, apuntando con el dedo la mesa, y agrega: “Al final, el contrato lo firmó. Y no es chauchita lo que debe, es millonada de pesos”.
Del otro lado del conurbano, en Rafael Castillo, Eli piensa que debería sembrar acelga en el fondo de su casa: “Ayer fui a comprar, pero me querían vender dos paquetitos a 180 pesos. Estamos en la estación, no lo pueden poner a ese precio”. Tiene 46 años, está desocupada, es celíaca y madre soltera de 4 hijos de 7, 9, 15 y 26 años. Uno puede pasar varias horas hablando con ella y apenas hacerse una mínima idea de todo lo que hace para poder sostener su hogar.
En el comedor de su casa, hay una mesa larga y sillas de distinto tipo, un televisor en una esquina y cajas de cartón apiladas, en otra. Un mueble alto, de madera oscura y trabajada, -quizás heredado de su papá que vivía ahí hasta que murió el año pasado-, contrasta con el resto. En sus dos estantes, que están a la vista, no hay fotos enmarcadas, vasos de vidrio o flores. Se ven, en cambio, potes de mermelada, un paquete de queso rallado, otro de magdalenas, una bolsita con pasas de uva y una botella de aceite.
Eli recibe $21.000 por mes, entre las 3 AUH (se otorgan $5.000 por hijos menores de 18 años) y la Tarjeta Alimentar, de $9.000, que incluye solo a los dos menores, porque, extrañamente, se consideran hijos hasta los 14 años. Su mamá, que vive con la jubilación de amas de casa y la pensión por su marido fallecido, la ayuda con algo de plata. Con suerte, llega a juntar unos $40.000. Muy lejos de los $83.807 que, según el INDEC, necesitó en febrero una familia compuesta por dos mayores y dos menores para no ser pobre.
Estudia para ser profesora de Geografía en un terciario de Ramos. Le faltan 5 materias para recibirse. Por eso fue parte de los trabajadores de la educación que se anotaron en el ATR, un programa de la provincia de Buenos Aires que apuntaba a mantener la escolaridad de los chicos en la pandemia. Pero le pagaron solo 10 mil pesos por mes y le sacaron la ayuda estatal. Recién tres meses después, pudo volver a recibirla.
“Tengo un fondo grande. Me pongo a sembrar. He tenido una gran huerta, pero estos tiempos, no sé si es el calor, la sequía o el clima...El verano pasado no compré tomates en todo el verano. Este no tuve esa suerte, hubo muchos caracoles”, cuenta. Le sonríe a la única planta de albahaca que tiene, primero, y, orgullosa, después, agarra como a un bebé el zapallo más grande que cosechó.
En su cabeza, hace cuentas todo el tiempo, mide costo-beneficio y puede decir, con exactitud, a cuánto conseguir un pollo en al menos 4 lugares cerca de su casa: “Voy con la bolsita de un lado al otro. Compro el jabón en un negocio, el papel higiénico en el otro”. “Ayer conseguí unos choclos, que le compré a un pibe en la calle. Fueron 5 por 200 pesos. En la verdulería eran 2 por 100. Fue una buena compra -balancea, victoriosa- Gané un choclo, y le di al pibe de la calle que tiene que ir al mercado central y venir con el canasto al hombro en el tren”.
Está metida, también, en grupos de Facebook y WhatsApp de trueque, en los que se encuentran propuestas como ’2 litros de leche por dos paquetes de papel higiénico’: “Hay uno que es Compra Venta Castillo. Intenté vender ropa, para poder conseguir algún peso más”. Igual, dice, la feria de la plaza está atestada de gente todos los días. “Te das cuenta el hambre que hay, la falta de trabajo. Ahora, en cada esquina, encontramos uno vendiendo con un chulengo chorizos. Me hace acordar al 96, 97. Hacías una cuadra y tenías un puestito de panchos. Acá los fines de semana hay una humareda bárbara”, compara.
Apenas descansa. Cuanto más aumentan los precios, más tiene que recorrer. Las tareas del hogar consumen una gran parte de su tiempo. Claro, no es la única. En nuestro país, el 72% del trabajo doméstico no remunerado y las tareas de cuidado son realizadas por mujeres, según publicó el portal EcoFeminita en base a la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC del primer trimestre de este año. Un informe de septiembre del 2020, de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género, perteneciente al Ministerio de Economía, calculaba que este trabajo invisibilizado que recae abrumadoramente en las mujeres representa el 21,8% del PIB, superando a la industria y el comercio.
Cocinar, lavar, comprar, llevar a los chicos al colegio, ayudarlos con la tarea, asistir a personas mayores, etcétera, todo ello pesa doblemente para las mujeres de menores ingresos. Pero para las familias donde hay un ingreso fijo y un trabajo “en blanco” también hay presupuestos cada vez más acotados.
Los salarios aumentaron en enero un 3,8%, publicó este jueves el INDEC. Pero quedaron atrás, nuevamente, de la inflación, que ese mes fue de 3,9%. La cifra es más grave si se la compara con las mediciones de 2015: en el sector privado registrado perdieron un 20%.
Rocío tiene 36 años, una hija de 11 y un hijo de 13. Alquila una casa en Gerli con su marido, que trabaja en un laboratorio farmacéutico. Con su sueldo les alcanza “para vivir”, aunque siempre rinde menos.
Para ella, hay comidas que son “de privilegio”: “El brócoli, por ejemplo. Acá a todos nos gusta, pero ¿qué haces con un arbolito? No me rinde. Papas fritas no hacemos, acá a todos nos encanta, pero si hago es un evento: alguien tiene que cumplir años. Tengo que hacer dos kilos y medio, y es caro, una botella de aceite se me va, al menos a mí. Ensalada de frutas hacíamos kilos y kilos para las fiestas, ahora hace años que no. O un alfajor, es carísimo, está casi 100 pesos. Prefiero hacer un bizcochuelo y dos días sé que me va a durar. O un budín de pan, con lo que me sobra”.
Ir al supermercado para ella tampoco es una opción: “Tenemos un mayorista en Piñeyro, pero para ir tenés que tener un vehículo y lo tenés que hacer rendir. Te traés una caja de azúcar, de fideos, y ¿cómo haces? Nosotros estamos en bici. Tener un auto implica un gasto, la patente, la VTV, el seguro, la nafta o el gas, y rogá que no se te rompa”.
El cálculo permanente, la tensión por cuidarse con cada gasto mínimo y las cosas que cada vez más tiene que resignar su familia contrastan con las declaraciones que el ministro de Trabajo, Claudio Moroni, dio por estos días a distintos medios: “Si bien efectivamente tenemos una inflación alta por motivos propios y motivos importados por la guerra, no vemos una situación donde ello haya afectado los ingresos reales de los trabajadores asalariados privados y públicos”. Para él, los salarios están blindados.
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Rocío salió con $2.000 a hacer compras a la mañana. Le sobraron $120. Al salir, repasó lo que compró: un kilo y medio de milanesas de pollo, medio de tomates, una zanahoria, dos paquetes de galletitas, un detergente, un jugo y un pack de servilletas.
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