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OPINIÓN. Si esta escuela sigue así, toda vuelta a clases es política

“¡A las aulas!”, grita cierta derecha envalentonada, como si se tratara de una batalla épica. Pero sin plan, sin protocolos, sin vacunación masiva, sin diagnóstico, sin contenidos, ¿se puede hablar de un interés por la educación?

Federico Puy

Federico Puy Docente | Secretario de Prensa Ademys

Lunes 1ro de febrero de 2021 17:34

Foto Télam

Dentro de todo el gran debate sobre la vuelta a clases, hay algunas cuestiones curiosamente no resueltas y hasta ausentes. Por un lado está claro que no hay plan ni protocolos claros, consensuados, aprobados. También hay que decir que la carrera por la vacunación masiva fracasa en una guerra comercial entre laboratorios que especulan, prometen y mienten en pos de garantizarse jugosos negocios a costa de la salud de la población.

Por eso funcionarios de distinto rango ahora dicen que la vacuna no es condición para la vuelta a las escuelas. También hay que decir que los presupuestos son de ajuste. No hay ningún interés en poner presupuesto para afrontar la llamada (y mil veces negada) bimodalidad. Y, además, si hay algo de lo que no que se habla es de contenidos, marco pedagógico general en pandemia y didácticas adecuadas para una situación difícil para el proceso de enseñanza y aprendizaje.

Se habla de trayectorias débiles, de “recuperar lo perdido”, de fortalecimiento, de “semáforo”, de “burbujas”, pero no hay ninguna definición concreta sobre qué, cómo, cuándo y con quién.

¿Alguien puede pensar en la educación?

Para negar al que quiere oprimirse, es conocida la utilización de la metáfora del “desierto”. Apelar a la negación. Entonces se habla de que “hace falta educación”; “se perdió un año”; “no hubo aprendizajes”; “los docentes no quieren volver” etc., etc.

Ante este operativo ideológico que busca borrar el trabajo de miles y miles y así evitar el balance sobre los responsables, en primer lugar hay que despejar algo muy importante: clases hubo. Entonces, y recién entonces, podemos entrar a debatir los aspectos cualitativos. Hubo clases virtuales, a distancia, remotas, muy desiguales y con muchas dificultades. Costó muchísimo. Pero clases hubo.

Testimonio de ello son las compañeras que vimos desplomarse, deslomarse y desbordarse. Hubo de todo. Desde clases magníficas, pero con apenas diez de los chicos y chicas conectados, hasta maestras que hicieron pizarrones en sus casas y se grababan. Explicaciones por audios de Whatsapp, videos, fotocopias, cuadernillos y mucho más.

Para negar el trabajo de cientos de miles de trabajadores y trabajadoras de la educación a lo largo y ancho del país se citan en forma parcial y sesgada informes de supuesta autoridad científica. Quieren justificar la apertura en cualquier condición de las escuelas.

Pero las y los docentes nos hicimos cargo hasta del reparto de la comida y luchamos para mejorarla. Hace muchos años que nadie y ningún gobierno respeta el trabajo en las escuelas. Si solo pensamos en las declaraciones sobre educación de cada presidente y presidenta de 1983 a esta parte encontraremos declaraciones de todo tipo y color, siempre atacando la educación y a las y los educadores.

Pero si hace falta, hay que despejar otra duda. Clases hubo pero nadie, ningún docente a lo largo y ancho del país, dice que fueron geniales, que todos los pibes “aprendieron un montón” (como se dice en el vulgo de los grandes medios de comunicación o de los gobiernos que imponen sentidos comunes). Nada de esto. Hay una visión muy crítica de lo ocurrido. Y hay preocupación. Es cierto que entre docentes hubo miles de propuestas didácticas diferentes, intercambio de información, experiencia, etc. Pero nadie, necesariamente, festejó.

El balance del éxito o “fracaso” de la virtualidad no puede depender del colectivo docente y de la comunidad educativa en general como quieren imponer. Para los gobiernos, si las cosas salen “bien” siempre se anotan un punto los políticos de turno. Cuando no salen como lo esperado se responsabiliza a los y las trabajadores de la educación.

La realidad es que los gobiernos no sostuvieron la virtualidad, porque de hecho no garantizaron ni dispositivos ni conectividad. Nada. No se proveyó equipamiento. No se respetaron horarios, derecho a la desconexión, ni buen material para las familias que no acceden a la virtualidad.

Una virtualidad al 100 % implicaba decisiones políticas y tocar intereses que no están dispuestos: telefónicas, empresas distribuidoras, etc. Pero para el capitalismo sabemos que la escuela no es más que un gran depósito de niños. Allí es donde los capitalistas, los grandes empresarios se ahorran fortunas a costa del Estado y nuestro trabajo, para que la escuela cuide de los niños (que no siempre puede explotar), garantice la formación de mano de obra barata, y los atienda mínimamente mientras sus familias trabajan. Todo lo mínimo que no enfrentemos de sus ajustes.

“¡Abran las escuelas!”, gritó uno desde su reposera

Mientras el mundo se debate entre saber si estamos ante una nueva ola, si vamos a nuevos rebrotes de la pandemia o incluso si estamos ante nuevas pandemias, los gobiernos aún no saben ni qué protocolo aplicarían en un regreso a la presencialidad.

Con la circulación en decenas de países de nuevas cepas (inglesa, sudafricana, brasilera) ya se habla de una versión más contagiosa. Inglaterra cerró todas las escuelas primarias durante semanas en enero ante la aparición de la nueva cepa. Esta semana Ángela Merkel tuvo que salir a aceptar que en Alemania no están dadas las condiciones para la vuelta a clases. En Estados Unidos son las organizaciones sindicales las que han elaborado los protocolos marco con los que aceptarían volver a la presencialidad, en medio de ciudades y zonas desbordadas con la cantidad de casos.

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¿Aprender?

En meses de cuarentena y educación de emergencia ¿alguno de ustedes escuchó a algún gobernante, de alguna provincia o de capital, yendo escuela por escuela, zoom por zoom, para ver propuestas, ideas? Lo único que recibimos es un marco de contenidos básicos, vaya saber discutido con que tecnócrata, y todo muy alejado de las realidades. Descentralizan las responsabilidades del estado, centralizan las exigencias sobre el docente. Órdenes y un sinfín de planillas virtuales a llenar. La pedagogía de la burocracia, tecnocracia.

Una pedagogía de la burocracia que va de la mano de mayor precarización de la educación y millones de papeles online. Una propuesta de bimodalidad (o sistema mixto) que no establece límites de cantidad de estudiantes, que no prevé que no es posible dictar simultáneamente clases presenciales y online.

Y también asistimos a una pedagogía de las Apps, porque además, la virtualidad también representó un gran negocio para los magnates de las redes sociales y la comunicación que supone conexión 24 horas sin respetar tiempos de atención, preparación, capacitación, etc.

¿Acaso hay algún plan de sumar el doble de docentes y auxiliares, discutido en todos los profesorados, incorporándose como parejas pedagógicas, para empezar hablar en serio sobre la sobre carga laboral y la necesidad de mejorar la enseñanza? Ningún estado sin un plan serio integral, podrá asumir el control de una situación como esta.

Está claro, sin presupuesto y sin nuevos cargos, o damos la mitad de los contenidos, o trabajamos la mitad del tiempo con las y los estudiantes o explotan el doble a quienes enseñamos.

Esta pedagogía del zoom más la pedagogía de la burocracia no es la elegida por las y los docentes. Esa división de tareas tecnocrática sí se puede ver: docentes a enseñar como sea, y alguien con buen sueldo y cómoda oficina en algún ministerio a pensar y dar órdenes.

Volver...

Se escuchó hasta el cansancio: “extrañar el aula”. Y sí, porque es nuestro ámbito, donde nos movemos. No es una pieza, o cocina, o living, donde quizá llegue muy tenue la señal de wi-fi. En el aula se usa mucho el cuerpo, se arma y desarma cada día, se organiza espacial y temporalmente la clase, circulan preguntas, propuestas, pedidos, complicidades. Se compara y contrasta, se leen decenas y decenas de textos, de diferentes géneros, portadores, etc.

Un aula que a decir verdad, y en análisis crítico, y muchas veces más allá de nuestra buena voluntad, está más cerca del Panóptico, como planteó Foucault, que de algún lugar pensado realmente para el desarrollo y la liberación intelectual de los niños y niñas. Eso pretenden imponer cada día y contra eso batallamos cada día.

No por nada pensar en acondicionar las escuelas, ventilarlas, es una tarea que ningún gobierno toma y no es para nada sencilla. Es que las escuelas no fueron construidas por los estados como un ámbito realmente de liberación. En muy pocas escuelas hay parques, huertas, espacios abiertos, nuevas y mayores tecnologías, bibliotecas gigantes, y un sinfín de etcéteras que uno “soñaría” que fuese su escuela.

Las aulas en general son cuadradas o rectangulares y sus paisajes con rejas de por medio, dan a una visión acotada del paisaje exterior. No colaboran en ser una gran fuente de inspiración.

En esas escuelas no circula el aire (aspecto fundamental de la prevención según múltiples estudios recientes.

En muy pocas escuelas andan los ventiladores. No hay ni una sola idea de un solo gobernante para discutir cómo hacer. Ni qué educación, qué contenidos, ni espacio para pensar otras didácticas para esta difícil época que nos toca vivir, ni de cómo atender lo social y económico que golpea muy fuerte sobre nuestras familias.

El debate sobre la necesidad de armar “burbujas” puso en cuestión que trabajamos de forma “industrial”, es decir, 30 niños, todos al unísono en aulas hacinadas, donde el trabajo personal individual y colectivo, es aplastado por la rutina.

Claramente muchos y muchas pensamos la educación desde otro lugar. En forma colectiva, solidaria, de abajo hacia arriba, construyendo, pero nunca “industrial”. De alguna manera a cada uno según su necesidad y su capacidad.

¿Por qué no se cuestiona esto? Porque implica presupuesto. Ni hablar de, como fue en algún momento fundante, convocar a un gran congreso pedagógico con aportes de magníficos e inteligentes intelectuales de todo el mundo, para pensar y re pensar la escuela. ¿No hubiese sido posible en la pandemia hacer un gran debate educativo nacional?

Pero la escuela aparece débil ante la realidad. ¿Podría ser en verdad fuerte? Difícil pensarlo si su rol es combinar disciplina y consenso.

Claro que peleamos en cada clase para desarmar esta ideología que no tiene nada de esperanzadora para las mayorías populares. Desde las propias organizaciones sindicales de trabajadores de la educación dirigidas por burocracias nos piensan subsumidos como parte de los “aparatos ideológicos del estado”. Eso es porque están cooptadas por el mismo estado, que es nuestra patronal, que debería garantizar el derecho a la educación, y que gobierna para los intereses de los capitalistas. Esto es tan así, que por ejemplo una central tan importante como CTERA decide dónde están dadas las condiciones y donde no, según el color político, y en nombre de más de un millón de docentes de todos el país. Curioso. ¿Son ministerios o sindicatos?

No alcanzan las vacunas ni siquiera para el personal de salud. No hay edificios en condiciones. No hay manera de enseñar en escuelas seguras que hoy no existen. No hay cantidad suficiente de docentes para la bimodalidad.

Una pandemia, que como crisis colectiva mundial, debería llevar a pensar una centralización de recursos, presupuestos y de la economía de un ministerio que hoy no tiene escuelas a cargo, y una descentralización de todo lo pedagógico. Lo contrario, a la herencia de la dictadura y menemista que carga hoy las más importantes leyes y estructura educativa.

Pero tampoco hay reflexión pedagógica. ¿Aprender es solo un hecho que se da en el aula? ¿Qué rol cumple una biblioteca de barrio, una sociedad de fomento, los sindicatos docentes y de otras ramas? ¿Qué rol cumple la familia? ¿La presencialidad como la conocemos garantiza los aprendizajes? ¿Es justificable abrir la escuelas a riesgo de transformarlas en focos de contagio sin control? Además de debatir cómo regresamos, cuales son las condiciones de la educación, queremos desmantelar cuál es la ideología detrás de todo esto. Y para esto también queremos discutir los contenidos, métodos, planes. Las formas en que socializamos, tiene mucho que ver con los contenidos.

En los Cuadernos de la cárcel, Antonio Gramsci decía: “se puede excluir que, por sí mismas, las crisis económicas inmediatas produzcan efectos fundamentales; solo pueden crear un terreno favorable para la difusión de determinadas maneras de pensar, de formular y resolver las cuestiones que implican todo el desarrollo ulterior de la vida estatal (negritas nuestras)”.

¿Quiénes van a pensar la reorganización de tiempos, espacios, formas de enseñanza, evaluación, acreditación, etc.? Ya los gobiernos han demostrado una enorme improvisación y desconocimiento. Hoy quieren imponer el consenso de “volver a las aulas” bajo el argumento que “siempre es mejor”. Pero bajo una disciplina de “se vuelve ya y como sea” hay una política de disciplinar, de terminar con derechos laborales conquistados con luchas históricas y poner la educación al servicio de los negocios de los capitalistas y de garantizar la producción. Si la prioridad no es la salud, la educación y la vida de millones ¿Por qué no cuestionar todo y pelear por una vida que valga la pena?


Virginia Pescarmona

Docente, Corriente 9 de abril/Lista Bordó, Mendoza

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