Un 7 de marzo del 2010 asesinaron a la Pepa Gaitán de un balazo. Su nombre y la lucha contra la violencia hacia lesbianas y trans se convirtió rápidamente en una bandera a nivel nacional y mundial. Entrevistamos a su mamá, Graciela Vázquez.
Miércoles 7 de marzo de 2018
Pepa nació un 11 de diciembre de 1982 y era la mayor de cinco hermanos. Vivió casi toda su vida en Barrio Parque Liceo II Sección de Córdoba Capital. Hasta ese barrio fui para entrevistar a su madre, Graciela Vázquez.
Nos encontramos en la guardería Lucía Pía que aún se mantiene en pie. Fue desde ese lugar donde, luego de que asesinaran a la Pepa, numerosos activistas, militantes y organizaciones nos concentramos para movilizarnos por el barrio.
Graciela fue sin dudas una referente en la lucha contra la violencia hacia las y los disidentes sexuales desde aquel marzo. Sus discursos en actividades y movilizaciones hacían erizar la piel, derramar lágrimas y llenar de energías para seguir luchando a cualquiera que la escuche.
Una mujer, una madre, quien pese a encontrarse con muchos problemas de salud, sigue manteniendo viva a la Pepa como en aquellos encendidos discursos donde nos nombraba como sus “pepitas y pepitos”.
“No me digas Nati, decime Pepa a mí”
“No me digas Nati, decime Pepa a mí, decime Pepa”, le dijo a su padre en alguna oportunidad, comenta Graciela. Pepa rechazaba el nombre que le habían asignado al nacer.
Graciela recuerda cómo nació el nombre por el cual sería conocida posteriormente: “Pepa nació de una vecina. Porque la vio y dijo ´mirala a la cabeza de pepa´, como era ruluda. De ahí le quedó Pepa. Puede haber sido a los 9 años. De ahí le quedo Pepa a ella, para todos”.
“Ella se identificaba mucho como varón. Su nombre era Pepa, no le gustaba que le dijeran Natalia. A la única que permitía que le dijera Nati, era a mí”, recuerda su madre.
Así es como su madre dice que la Nati, como ella la recuerda, hizo el primario en la escuela Ricardo Rojas del mismo barrio Parque Liceo y cuando llegó a 6to grado “dio un vuelco total”. De repente, se había cortado el pelo, lo cual sorprendió a su familia. “Ella tenía su pelo largo y de ahí apareció con pelo corto. Y bueno, se cortó el pelo como un varón. Nunca me voy a olvidar, andaba con esos pantalones tipo gaucho”.
Cuando su familia le preguntó sobre el motivo del cambio, sencillamente dijo que se cansó del pelo largo. Después de ese momento, comenta su madre, ella había encontrado una forma para expresarse primero hacia su familia, pero también hacia la sociedad.
Sin embargo, la situación de discriminación y opresión se juntan con los miedos que viven las y los adolescentes al encontrarse con que su sexualidad o identidad no encaja en los moldes de la norma cis-heterosexual.
12 años tenía la Pepa cuando atravesó estas “complicaciones” que sus padres no entendían. Empezó a tener sesiones con psicólogos y psiquiatras. Un día, en su madre se despertó algo y lo comentó con su marido: “¿Vos te has dado cuenta de una cosa José? ¿Vos te has dado cuenta que la Nati no es mujer? Sí, la Nati es varón”.
El papá de Pepa no lo entendió en ese momento. “Mi marido me miraba a mí como diciendo ´no te voy a dar la razón´. Yo lo miraba y asentía con la cabeza y que siguiera mirándola, escuchándola: sus modales, sus formas, sus actitudes”, comenta. “Primero es como que mirás de costado y después mirás bien de frente”, dice Graciela.
Ella agrega: “Cuando mi esposo se da cuenta que sí era real, nunca a ella se la llevó por delante. Por su orientación sexual, empezó a apegarse más al lado de él. Nati siempre sabía estar muy apegada a su padre. Se apoyaba mucho. Mi marido era un tipo de hablarles mucho a sus hijos”.
“Los hermanos la habían encontrado con una chica en la plaza”
El salir del clóset siempre es algo complicado para quienes no nos amoldamos a una norma heterosexual. A veces nos encontramos con la discriminación incluso en el seno de nuestras propias familias. Así le pasó a Pepa que un día, cuando tenía 14 años fue llorando a su casa con sus hermanos. “Los hermanos la habían encontrado con una chica a Nati en la plaza y los hermanos le pegaron”, asegura su mamá.
“Mi marido se enojó mucho, le explicaron que la habían encontrado con una chica. Creo que se estaban besando, nos dimos cuenta”, afirma Graciela. “¿Por qué? ¿Por qué hacen eso ustedes? Van a tener que acostumbrarse porque a tu hermana no le gustan los varones, le gustan las mujeres”, les supo decir a sus hijos varones.
“Fue algo que a mí me salió de adentro”, recuerda.
Sus hermanos no podían entender cómo a Pepa le gustan las mujeres. “Y sí macho, esto es así. Y si alguno de ustedes dos fuera puto, ¿qué pasa? No dejan de ser hijos nuestros”, les respondió su madre.
En ese momento, los roles cambiaron y los hermanos de la Pepa dejaron de mirar la situación “de costado y empezaron a mirar de frente. Empezaron a mirar la discriminación hacia ella. No de todos, de algunos y veían la discriminación y el afecto”, menciona Graciela.
Después de esta situación, su relación con los hermanos cambió. Más que todo con su hermano más grande, Diego. Con él organizaba las idas a la cancha a ver a Belgrano como hincha de ese equipo. Organizaban todas las salidas de los camiones, colectivos. “Ella era la Raulito 2. Cuando el 9 se la sepultó jugaba Belgrano e hicieron un minuto de silencio. Es una cosa muy grande esa”, expresa.
En la cancha de Belgrano, ubicada en barrio Alberdi, aún hoy se mantiene un mural de mosaiquismo con la cara de la Pepa. “Ahí tienen que ver ustedes el respeto que a ella se le tiene. Es algo muy lindo, igual que está pintada al frente del Cerutti y su placa que está en la Plaza de la Intendencia. Esa placa ha sido presionada por ustedes mismos para que esté ahí”, menciona la mamá de Pepa.
En el Paseo Sobremonte, comiendo con chicos de la calle
Graciela recuerda sobre algunas oportunidades en las que Pepa desaparecía de su casa durante horas: “Ella tenía mucho afecto por los chicos de la calle. Se nos desaparecía y salíamos con mi marido a buscarla. Ese buscar en el buen sentido de la palabra, la cuidábamos. Era traviesa. No era que se iba a ir a robar o a drogar. El temor era a dónde se metía. La encontrábamos en el Paseo Sobremonte. Ahí sabía estar horas. Juntaba en la semana plata que le daba su padre y su abuela. ¿Qué hacía? Iba y compraba sándwiches de miga y se ponía a comer con todos los chicos de la calle en el Paseo Sobremonte. Era algo insólito lo que hacía. Tenía 18 o 19 años”.
Así, su mamá mantiene viva la memoria de Pepa como una persona solidaria, compañera y siempre dispuesta a ayudar a quien necesitara algo. Siempre apegada a su padre, hasta aquel 11 de junio del 2006 en el que José falleció, al otro día de que hiciera una mudanza para que Pepa viviera al lado de la sala cuna de Parque Liceo II.
Pepa también hizo de muchas amistades en su vida y podía vivir su sexualidad. Así lo comenta Graciela: “Cuando se sabían juntar acá no eran tan solo lesbianas. Era de todo lo que te pudieras imaginar. Pero todo en el buen sentido de la palabra. Era como que se les pegaban. Nati no era una persona que, como muchos les pasa, que se tienen que disfrazar para salir a la calle. ¿Qué es lo que es disfrazar? Yo soy gay, me tengo que poner de ´hombre´ para poder salir de mi casa. Y cambiarme lo que soy fuera de mi casa. Nati entraba como era y salía como era. Y esa es la libertad que ella tomaba por la confianza de su familia. Ella fue muy apoyada. En eso nosotros, tanto su papá que se fue primero que ella, y yo como madre y sus hermanos, no sentimos ese remordimiento o esa culpa de ´ahora porque me he muerto me venís a reconocer, lo que soy´. No. A ella se la reconoció en vida lo que era. Y se la respetó en vida. Y se la lloró. Y se la sigue respetando. Eso es lo bueno”.
De grande, Pepa empieza a trabajar en distintos boliches del centro cordobés y, luego, en la guardería de su barrio cuya encargada era y sigue siendo su madre. “Para mí es un orgullo inmenso tener a esos padres todavía que le confiaban sus hijos a ella. Eso es lo más grande que te puede pasar. Por ahí piensan que o porque te tocó una lesbiana o porque te tocó un gay o una travesti te va a contagiar. ¿Pero de qué me están hablando?”, ironiza.
Pepa también quería terminar el secundario. Lo iba a terminar en el 2010. Cuando iban a empezar las clases, suspendieron el inicio de éstas por el asesinato de la Pepa. Con lágrimas en los ojos, Graciela recuerda que ella ese año iba a terminar un acelerado de 4to, 5to y 6to. Al CBU lo había hecho y era muy buena su libreta.
“Me hice la psicología yo nomás”
El asesinato de un hijo o hija es un momento muy fuerte. Graciela se vio obligada a pasar del dolor a salir a las calles. A exigir justicia y mantener viva la memoria de la Pepa y la lucha contra la discriminación.
Ella aún sigue con sus banderas en alto: “Primero, lo tomé más allá del dolor. Cuando vos te sentás y pensás: lo de ella fue un caso muy fuerte. Como que fue un temblor muy fuerte ante la sociedad que acepta y no acepta. Porque movilizó las dos partes. En el destino fue elegida ella para que parte de la sociedad que no los entiende, que no los comprende, que no los respeta, lo hay. Después de Nati cambiaron muchas cosas, pero muchas cosas. No lo digo yo, como mamá, lo dice la sociedad. Lo dicen muchos padres que no aceptaban a sus hijos como eran o no se daban cuenta. Y si lo sabían no se querían dar cuenta y que les tocara en la calle lo que les tocara. Pasaba por la parte de entenderlos, somos seres humanos y bueno. No lo tomo como una enfermedad como decían muchos, principalmente las Iglesias: que eran enfermos. ¿Enfermos de qué? ¿Enfermos de amor, enfermos por su orientación sexual? Eso no es ser enfermo”.
“Es tanto el agradecimiento que yo tengo con la sociedad porque muchos la quieren, la respetan, la recuerdan. Es tan lindo. Es muy lindo que a vos te recuerden con el corazón, con lo que ha sido ella. Eso te enorgullece más y te da más fuerzas para seguir un poco. Este dolor es tan fuerte. Ella siempre va a estar presente. Esté su mamá viva o no esté su mamá viva. Siempre se la va a recordar”, agrega.
“Yo no obligo a que tengan que aceptarlos, pero sí pido respeto. Eso sí, hasta el día que yo cierre los ojos, lo voy a pedir. Y yo sé que después de Nati cambiaron muchas cosas y eso a mí me enorgullece mucho. Porque lo veo más liberal, más aceptado para conseguir hasta un trabajo. Ya la mínima cosa. Lamentablemente nos está tocando esta etapa de las #NiUnaMenos. Y bueno, ojalá que esto pare un poco”, finaliza.
Es para que no haya #NiUnaMenos que el próximo 8 de marzo se realiza un nuevo Paro Internacional de Mujeres, un día después del octavo aniversario del asesinato de Pepa. Por la Pepa, cada 7 de marzo se conmemora el día de la visibilidad lésbica.
Actualmente, la discriminación hacia las lesbianas sigue presente. Es la misma discriminación que llevó a que Higui estuviera presa por defenderse cuando la atacaron por ser lesbiana. También se vio en la detención y el procesamiento a Mariana Gómez por besar a su compañera Rocío Girat en una estación de trenes. O hace dos años cuando demoraron a dos jóvenes lesbianas por besarse en el microcentro cordobés.
Por todo esto, es necesarios seguir movilizándonos y ser miles quienes nos encontremos en las calles este 8 de marzo por los derechos de mujeres, lesbianas, travestis y trans. Allí gritaremos bien fuerte, una vez más, “Pepa Gaitán Presente! Ahora y siempre!”.