La noticia de la llegada del agua a la bolsa de valores generó desconcierto. ¿A qué se debe este comportamiento? ¿La bolsa es un reaseguro frente a la escasez de agua? El resultado de las experiencias en países que vendieron los derechos del agua y qué es lo que se avizora.
Viernes 11 de diciembre de 2020 12:48
Si en este año pandémico que termina faltaba alguna demostración acerca del carácter irracionalmente depredador del sistema capitalista, el lanzamiento de un índice precios del agua dulce, elemento vital para la autopreservación de la especie humana, anticipa una nueva ofensiva del capital financiero sobre la gestión (y especulación) de este recurso sobreexplotado y relativamente limitado.
El índice Nasdaq Veles California Water (NQH20) mide el precio a futuro de los contratos por acceso al agua en el estado de California, Estados Unidos. O sea, no se compra y vende directamente el agua, si no los derechos de acceder a la misma que otorga el Estado a privados.
Por ejemplo, si una empresa agrícola estima una ampliación de las tierras explotadas, puede utilizar la bolsa de valores, comprando derechos de agua a futuro. Una forma de anticipar una mayor demanda y, por la vía bursátil, despertar el interés financiero de otros que poseen estos derechos y aprovechan para venderlos más caros de lo que los compraron.
El lanzamiento de este índice de precios en Wall Street es en realidad la coronación de un mercado que ya se viene desarrollando desde hace varias décadas en la costa oeste de EEUU, Reino Unido, Australia, Sudáfrica,Irán, el sur de Asia, Chile y España, entre otros países, donde es habitual la compra-venta de derechos de uso del agua. Aunque hasta ahora se pactaban centralmente entre las empresas que explotan el recurso hídrico para sus actividades productivas con el aval de los Estados. Sin embargo, la sobreexplotación de un recurso económicamente limitado -por distintas circunstancias, naturales, económicas y sociales- proyecta un negocio cada vez más atractivo para los fondos de inversión.
En una entrevista al diario El País, el director de Economía del Agua en el Instituto Imdea, Gonzalo Delacámara, sostiene que “puede haber, por ejemplo agricultores que quieran intercambiar derechos de uso para tener agua con la que regar sus cosechas, pero también otros actores que lo que busquen sea ganar dinero con esos activos financieros.”
Es entonces sobre la base de las dificultades para acceder al agua, en regiones donde las mismas condiciones de producción generaron problemas crónicos, que se monta este negocio a través de la bolsa de valores. En el caso de California, desde el centro de estudios PPIC Water Policy Center, señalan que frente al problema de acceso al agua, “a través del Estado, el promedio de uso de agua es aproximadamente 50% ambiental, 40% agrícola, y 10% urbano, aunque el porcentaje de uso de agua por sector varía dramáticamente a través de las regiones y entre años secos y lluviosos”. Este mismo estudio, aclara que “durante las sequías, el Estado también reduce el agua ambiental para reservar algunos suministros para granjas y ciudades.” Si a este accionar del Estado en favor de proveer de agua a la producción agrícola, se le suma el efecto del mercado de valores, al cual, acceden los mismos empresarios, la vara del acceso al agua se mueve claramente en el sentido de quienes con sus negocios son los principales demandantes.
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¿Es racional Wall Street?
Los defensores de la cotización del agua en Wall Street sostienen que el mercado es el mejor y más eficiente asignador de los recursos. Las “señales de precios” tenderían a reflejar la escasez, promoviendo el ahorro y la inversión para el uso económico del recurso. De acuerdo a esta visión de la escuela de pensamiento neoclásica, los “agentes económicos”, evitarían el derroche del recurso y se verían incentivados incluso a invertir en la exploración de nuevas fuentes de aprovisionamiento.
Este tipo de apologías sobre las virtudes del mercado no es novedosa. Sin embargo, diversos estudios señalan los riesgos que pueden traer aparejados este tipo de mercados. La WWF en su documento, “Los mercados del agua y la conservación del medio ambiente” (febrero 2005) indica que el mercado del agua “no considera al medioambiente como destinatario y/o afectado por los derechos cedidos; en caso de agua virtual aumenta la presión sobre los recursos disponibles; concentración de los usos del agua en la parte alta de la cuenca hidrográfica; la redistribución de los caudales provoca daños medioambientales relacionados con el empeoramiento de la calidad de las aguas; los derechos de agua se transfieren en casi su totalidad de los usos agrícolas a los usos urbanos, provocando daños al tejido rural…”.
Vale mencionar también el caso de Chile, uno de los principales promotores del negocio con el agua desde la Constitución de 1981 bajo la dictadura de Pinochet. Allí se privatizó el 90% del agua consuntiva, aquella que está facultada para ser consumida, a empresas mineras y agroexportadoras. Esto significó la pérdida de ecosistemas y graves problemas de desertificación, los principales consumidores son: el sector agrícola, con un total de 73% extracciones y la minería y la industria, con un 21% de las extracciones, así lo señala el documento de trabajo, “Chile Cuida su Agua, Estrategia Nacional de Recursos Hídricos 2012-2015”.
Si levantamos la mirada, la llegada del agua a la bolsa de valores puede correr la misma suerte que las materias primas que ya cotizan en el mundo financiero. Entre ellas aquellas que son parte de los alimentos que consumen millones de personas en todo el mundo. El trigo, el maíz, la soja, entre otros, son mercancías sobre las cuales también se especula con su valor futuro. Recordemos que la disparada de los precios de los alimentos en 2010, producto del flujo de capitales financieros que tras la crisis de las hipotecas en 2007-2008, se dirigieron a probar mejor suerte con las materias primas. Esto fue el caldo de cultivo de un profundo malestar social que dio lugar a levantamientos por el hambre en distintos puntos del planeta dando lugar a procesos revolucionarios en el norte de África, la denominada “Primavera Árabe”.
La falacia del “principio de escasez”
El negocio del agua puede alentar todo tipo de engaños y para ello, los mercaderes de la bolsa, cuentan incluso con las premisas de la economía neoclásica que presenta un mundo irreal donde predomina la escasez absoluta de todos los bienes y recursos. En el caso del agua, parten prácticamente de desconocer su carácter renovable -siempre y cuando se la explote racionalmente- y la presentan como un recurso escaso en términos absolutos.
Las Naciones Unidas estiman que más de la mitad de la población, unas 4.200 millones de personas, carecen de servicios de saneamiento seguro del agua y unas 2000 millones de personas no tiene acceso al agua potable. De acuerdo al organismo, un quinto de la población mundial vive en zonas de “escasez física” de agua por razones naturales o por sobreexplotación del recurso, mientras que un cuarto de la población mundial, están afectadas por la “escasez económica” del agua, es decir, por falta de infraestructuras para extraer y procesar el recurso de los ríos, acuíferos y otras fuentes.
De los 1400 millones de kilómetros cúbicos de agua en la Tierra, tan solo 200.000 kilómetros cúbicos representan agua dulce disponible para el consumo humano. De este tipo de aguas, casi el 70% se destina a la agricultura, el 20% a la industria (mayormente para la producción de energía) y menos del 10% al uso doméstico. La contaminación ambiental parece estar agravando a pasos acelerados los problemas de escasez.
La propia Unesco afirma que “No existe en el mundo escasez de agua como tal, en su lugar hay un número de regiones en el mundo que sufren escasez de agua, esto debido a que el uso de este recurso ha crecido más del doble en relación con la tasa de incremento poblacional en el último siglo”.
Pero la corriente de pensamiento neoclásica aplica el concepto de escasez absoluta sobre todas las mercancías, como si la escasez fuese un fenómeno natural, cuando se trata de un hecho social e históricamente determinado. En su “mundo” la economía es la administración de esos recursos escasos, a través del “juego” de la oferta y la demanda. Una forma además de encubrir las condiciones de producción de las mercancías y, en este caso, de evitar toda discusión sobre las causas por las cuales se produce escasez de agua en determinados lugares del planeta. Solo se limitan a mostrar que el mercado, sobre la base de venta de los derechos de agua que facilitan los Estados, es la “mejor” forma o “institución” de administrar el agua. La idea subyacente es la del "subastador" inspirado en el economista francés León Walras, quien con esta metáfora buscaba fundamentar el equilibrio entre oferta y demanda en todos los mercados, a partir de esta figura propia del mercado inmobiliario.
De esta manera, también se evitan de poner en discusión qué medidas son necesarias para garantizar el carácter renovable del agua cuestión que ningún gobierno hace incumpliendo incluso con leyes y tratados internacionales. Este aspecto, es fundamental, al momento de plantear una salida alternativa, que no puede quedar en manos del mercado, si no en la propia clase trabajadora que es la que no solo garantiza el acceso al agua sino la única interesada en la vida, a diferencia, de quienes solo la utilizan con fines de lucro.
El agua y el diamante
Adam Smith en el siglo XVIII explicaba a través de “la paradoja del agua y el diamante” que los productos que se compran y venden tienen dos tipos de valor, un valor de uso y un valor de cambio, y que ambos mantienen relativa independencia. Aunque Smith no avanzó en dilucidar qué determina o compone al valor de cambio, quedando preso del pensamiento circular de los costos de producción, dejó sentadas las bases junto a David Ricardo para una teoría del valor trabajo.
Posteriormente, Marx, en su crítica de la economía política de la época, esclareció que es el trabajo el único que crea valor (medido en el tiempo de trabajo social necesario), pero también bajo las relaciones capitalistas de producción, crea un plusvalor que es apropiado por los empresarios bajo la forma de la ganancia. Toda mercancía es entonces portadora de un valor de uso y un valor, pero también un plusvalor.
En el caso del agua, si bien es un “bien público” –todos tienen derecho a acceder a él, aunque haya que pagar un precio a través de una tarifa-, existe un trabajo previo en la construcción de la infraestructura necesaria para acceder al recurso, potabilizarlo, distribuirlo en cada domicilio o lugar de trabajo. Por esto, el agua tiene un precio basado en el tiempo de trabajo social necesario que insume todo el proceso para que a cada ámbito donde se lo necesite para el consumo de una familia o en la producción. O sea, el agua es una mercancía, por ende, también es portadora de una ganancia para quien la “produce”. Si además los recursos hídricos están privatizados, esto le confiere a las empresas la posibilidad de hacerse de una renta del suelo. Al igual que la ganancia, esa renta es una porción de la plusvalía extraída a la clase trabajadora.
Que hayan llegado los derechos sobre el agua a cotizar en Wall Street es el resultado de una creciente mercantilización del conjunto de los recursos naturales (a excepción por ahora del aire), en este caso, tal como advertía Marx en el siglo XIX sobre las tendencias del propio sistema capitalista. La cotización de los derechos sobre el agua en la bolsa de valores, sentando una suerte de precio de referencia internacional, abre la puerta a los grandes fondos de inversión para que desembarcar en este negocio de especulación financiera.
Aunque no existe un “mercado mundial” del agua y las infraestructuras necesarias para su transporte a largas distancias aún están poco desarrolladas, la explotación irracional del recurso y el agravamiento de la escasez pueden dar lugar a la proliferación de este tipo de “soluciones de mercado”. Con estos cambios, en algunas zonas el agua puede empezar a parecerse cada vez más al diamante, o sea, cada vez, se requiere más trabajo necesario para obtenerla en condiciones de mayor escasez.
Llegados hasta aquí, ¿dejarías el agua en manos de los lobos de Wall Street?