Continúa el abordaje sobre la cuestión penal. Impulsor del abolicionismo, el profesor y abogado penalista habla de “visibilizar la cultura represiva de la que el sistema penal es apenas un manifestación”. Scioli y Casal como “Torquemadas contemporáneos”.
Sábado 11 de julio de 2015
“Resolvemos nuestros conflictos depositando gente en baldíos de penitencia. El orden y la moral justifican nuestros actos. Nos dicen que al hacer lo que hacemos, hacemos lo correcto. Nos miramos al espejo y un nosotros beatificado banaliza el padecer de los demás, los otros, los diferentes, los anormales. La costumbre atravesó nuestros cerebros. Casi nadie cuestiona, casi nadie se opone, casi nadie imagina. Casi”. (Introducción al documental “Rejas, suspiros y llaves”, realizado por Ezequiel Altamirano y Maximiliano Postay)
El abogado penal Maximiliano Postay, la tiene difícil. A simple vista, discutir sobre el sistema penal, al grueso de la sociedad le genera rechazo o apatía. Pero si, aparte, la propuesta es debatir sobre la posibilidad de cambiar completamente de paradigma, provoca oleadas de antipatía y soberbio desdén.
Mentor del colectivo Locos, Tumberos y Faloperos, Postay se declara abolicionista. No obstante, sabe que debe interpelar y persuadir, por lo que encontró, por caso, en el documental audiovisual un canal y una herramienta para ese fin. Ejemplo de ello es “Rejas, suspiros y llaves”, en el que, por medio de testimonios diversos, hace una radiografía del sistema penal actual y la sociedad que lo sostiene.
En esta entrevista, el profesor del Programa UBA XXII no sólo desarrolla la propuesta del abolicionismo, desechando los enfoques tabú, sino que, por sobre todas las cosas, cuestiona el papel de la sociedad que decide dar la espalda e ignorar deliberadamente lo que sucede en las cárceles.
Es una consecuencia más de una cultura milenaria basada en la exclusión de actores sociales estigmatizados, socio-construidos como un “otro” sobrante, como enemigos a los que hay que neutralizar.
No ingresa en mi cabeza ningún tipo de justificación al respecto. Lo único que me preocupa es delinear, pensar y repensar tácticas y estrategias para su eventual abolición. Dicho en otros términos, propongo (y me propongo) estudiar el “cómo” y no el “qué”. El sistema penal debe desaparecer. No tengo dudas. Sólo tenemos que buscar la mejor manera para que esto se materialice.
De todos modos mi preocupación no es meramente cuantitativa, sino cualitativa. No me permito vivir en una sociedad que naturalice la jaula. No nos puede dar lo mismo. No podemos ser indiferentes ni asumir ciertas premisas como verdades irrefutables o fatalidades perpetuas.
Los conflictos se pueden resolver de otra manera. Sólo hay que atreverse a desandar ese camino.
En Argentina, y en el mundo. En todas partes. La lógica selectiva de los aparatos represivos es una constante. En Argentina criminalizamos a los pobres, en Estados Unidos a los negros, en Noruega o Austria a los inmigrantes. En otros tiempos se criminalizaba a los herejes, a las mujeres, a los locos. En fin, siempre fue lo mismo. Y siempre será lo mismo.
Insisto: discutir el sistema penal en nuestros días es tan ridículo como discutir la tortura o la esclavitud. Son cosas que deben ser superadas. Discusiones inadmisibles. Nos tiene que dar profunda vergüenza seguir legitimando algo tan vomitivo y desagradable.
Discutamos propuestas superadoras del sistema penal y no meros recursos estéticos (maquillaje o cotillón) y/o variables, cuyo único objetivo sea mejorar lo inmejorable. Vayamos al fondo de la cuestión. Asumamos la pestilencia del modelo y trabajemos para un cambio de fondo.
Estamos contaminados. Con el agua hasta el cuello. Nuestra propuesta es salir de ese laberinto plagado de inercia y pasividad y aspirar a otra cosa.
De hecho, vale la pena aclararlo, el abolicionismo penal con el que me identifico no es una postura criminológica o un mero discurso focalizado en cuestiones emparentadas a elementos jurídico-normativos. Es una búsqueda inacabada, cuyo objetivo es visibilizar la cultura represiva de la que el sistema penal es apenas una de sus tantas manifestaciones materiales.
¿Es posible el desarrollo del abolicionismo en Argentina? Sí. Es posible y de hecho su desarrollo es una realidad. Nunca antes hubo tanto abolicionismo penal en América Latina. Las expresiones vinculadas a esta manera de entender la problemática se multiplican a gran velocidad.
Trabajamos desde la academia y desde las intervenciones territoriales. Desde la poesía y desde el arte en todas sus formas. Buscamos confluir militancias. Sumar. Multiplicar. Identificar denominadores comunes. Los que cuestionan la cárcel, deben cuestionar el manicomio y viceversa.
Debemos cuestionar todo lo que esté contaminado de opresión. Sexo, educación, familia, religión, ciencia, razón… buscar y buscar… llenar de dudas nuestra cabeza…
Nuestro objetivo es erradicar la cultura represiva y para eso recurrimos a todas las herramientas que tengamos a disposición. Desde un documental hasta un proyecto de ley. Desde una muestra de arte hasta una cátedra en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
Interpelamos a quien tenga ganas de sentirse interpelado. Nos enfrentamos a algo demasiado grande. Nos divierte nuestra militancia. La disfrutamos. No hay frustración en nuestro devenir, sino desafíos permanentes. Cierta carga épica, lúdica, bufonesca y profundamente irrespetuosa con todo tipo de autoridad.
¿Suena a simplificación? No lo sé. Lo que sí tengo claro es que una de las primeras cosas que busca anular la cultura represiva que repudiamos es el placer. ¿Militar sin placer? Jamás. No cuenten con nosotros para eso.