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Red Internacional
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Salud. Servicios sociales en hospitales: ¿de qué "Estado" nos hablan?

Frente a frente, con su realidad de no tener para cargar la SUBE, de no tener para comer o tal vez de andar cartoneando para zafar la comida del día, un usuario me dice: “No hay insulina, me dijeron en la farmacia". Mientras, el Estado me pide a mí, trabajadora social, que mire a un costado y que me limite a anotarlo formalmente en mi cuaderno.

Martes 3 de marzo de 2020 22:49

Doña Rosa” con sus achaques y varios problemas a cuestas me menciona nuevamente que no hay Omeprazol y "Juana” que no hay Diclofenac. Son los usuarios y las usuarias del sistema público de Salud quienes me dicen: "¿Qué va a pasar con nosotros?, ¿nos tenemos que morir?". Me preguntan y me lo dicen en la cara. En mi cara que sería, en ese momento, una cara del Estado.

Sí, los llamamos usuarias y usuarios porque son quienes usan el sistema de Salud. Es el modelo médico hegemónico el que los denominó "pacientes". Y sabemos que paciente es quien tiene que esperar y tener paciencia. ¿Paciencia a las políticas de ajuste?, me pregunto. La política en salud no es prioridad para el Estado ni para quienes ocupan su gobierno.

"Anciano en pena", Pintura de Vincent van Gogh

Todos los días a cuesta con la alta precarización de nuestro trabajo y salarios empobrecidos, quienes ejercemos en los servicios sociales de Salud Pública nos vemos en la obligación de "responder" (léase poner la cara) por el vaciamiento silencioso, repleto de ruido, de falta de insumos y un largo etcétera del hospital público.

Las decisiones que siempre toman los gobiernos, sean macristas, peronistas, kirchneristas; sea con mayores o menores políticas inclusivas; sea con recortes en programas; sea sin ministerios o con secretarías; o sea como ahora, nuevamente, con Ministerio a nivel nacional siempre relegan y violentan a ambos lados del mostrador, principalmente a las mujeres. Se nota en el servicio de salud. De un lado y del otro, somos mayoría. Sobre las mujeres recae el cuidado de hijos e hijas, de abuelos y abuelas, y de haber elegido, también, esta profesión.

Doña Rosa, Juana y Pérez continúan golpeando mi puerta del Servicio Social. Me dicen desde lo más profundo de su dolor y su cansancio, reflejado en sus cuerpos y en sus miradas: "Me costó mucho llegar al hospital", "apenas conseguí para cargar la SUBE", "tuve que levantarme casi de noche para hacer la cola por un turno para mi hijo" y "vamos a tener que volver caminando a casa".

Ilustración de Alicia Ciciro

Mi cabeza estalla y en mi cuerpo pasan muchas cosas. En primer lugar, impotencia, angustia, bronca, dolor, ganas de llorar o salir corriendo. Pero acto seguido me digo a mí misma: "Esta no sos vos, es el Estado". Y me empiezo a replantear qué papel juega en todo esto; de qué Estado estamos hablando en nuestra profesión, el Trabajo Social, ¿de un Estado que garantiza la reproducción de este sistema social así de injusto? Me respondo afirmativamente, mientras sigo frente a Rosa, a Juana, a Pérez.

Ilustración de Alicia Ciciro

Nosotras, las TS como nos dicen, estamos en contacto directo con terribles situaciones. Vulnerar el derecho de los seres humanos es moneda corriente y nada tiene que envidiar el patrón del hospital público (el Estado) al patrón que hace lo mismo en la fábrica a sus obreras y obreros. Acá también priman las leyes del mercado regulando las relaciones sociales, haciendo que la gran mayoría de la población acceda al sistema de Salud Pública en condiciones muy deplorables, lo mismo que ocurre con tantas obras sociales. Y así los TS pasamos a “administrar" el escaso recurso que hay, el pedazo de migaja que tira el Estado, a la que ellos, sus gobiernos, la llaman "una política pública del Estado".

Vuelvo a casa. Me quedo pensando en él, en todas esas formas distintas de definirlo que escuché en la escuela, en la universidad, en los medios de comunicación. Te dicen que el “Estado somos todos” y que entonces lo que pasa es que "el Estado se ausentó” o se “corrió” de algunas funciones. Pero ¿realmente el Estado somos todos?

Ilustración de Alicia Ciciro

Hace unas semanas pude conocer los aportes de un libro muy valioso que se llama El Estado y la Revolución de Lenin. Este libro, que fue escrito en medio de una revolución, nos invita a pensar que el Estado no siempre existió, que tiene un papel histórico, que es el producto de las irreconciliables contradicciones de las clases sociales y que una clase domina al resto desde ese Estado.

Entonces, si hablamos de un Estado clasista, de un Estado que surge con la división social de las clases, cuando estoy poniendo la cara y el cuerpo ante la falta de recursos, pienso que hay un monstruo, un verdugo, un señor capitalista que pertenece a una clase social distinta a la mía, a la de Rosa, Juana y Pérez, que cuenta con un Estado que le administra sus negocios y hasta estas migajas que debe repartir, que nos explota día a día. A ellos y ellas como usuarios del sistema de salud público cuando les impide el más mínimo acceso; a mí y al resto de los trabajadores y las trabajadoras de la salud cuando busca hacernos parte de su accionar lo cual es sumamente violento. Nos quieren obligar a que seamos reproductores y administradores de la pobreza de este Estado que no somos todos.

Escena de "The Joker", 2019

Como muestra la descarnada escena de esta película, quienes trabajamos en la salud somos como los usuarios y las usuarias descartables para el Estado y sus gobiernos. Cierran servicios, despiden personal, no pagan las horas extras, a veces ni el sueldo. Pero (esto no lo dice la película), nos podemos unir.

Se acerca un nuevo 8 de marzo, fecha que conmemoramos el Día Internacional de las Mujeres. Homenajeamos la lucha de todas aquellas que llevaron adelante las primeras acciones organizadas de mujeres trabajadoras contra la explotación capitalista con la nuestra actual. Conjugamos la pertenencia de clase y de género, hoy en el siglo XXI , en plena marea verde, donde las mujeres nos seguimos organizando.

Luchamos por nuestros derechos y por el de las disidencias, para que todas y todos tengamos acceso a la salud. Por mejores condiciones laborales; por el aborto legal, seguro y gratuito en el hospital, para que todas podamos acceder y exigir ese derecho. Para que los usuarios y las usuarias tengan acceso a la salud pública y a una atención de calidad. Para que este sistema de salud no se privatice. Para que Rosa, Juana y Pérez no me tengan que mirar nunca más a la cara preguntándome cuándo va a llegar su hora. Queremos arrancarle a este sistema capitalista las mejores condiciones de vida.

Hay unas palabras que leí y que deberían llegar a todos los oídos:

“Veo que la mujer puede. Puede hacer más que lavar y planchar y cocinar en la casa a los hijos. Yo creo que es real. Lo estoy sintiendo ahora y lo estoy viviendo. Descubrí mi lado dormido y ahora que está despierto no pienso parar”.

Pertenecen a Celia Martínez, obrera de la Fábrica Brukman, de la Ciudad de Buenos Aires, que en esos terribles días de 2001, fue tomada y puesta a funcionar por sus trabajadoras; más precisamente el 18 de diciembre de 2001.